martes, agosto 23, 2005

Cuando se balancea la solemnidad de la vida

María tenía veintisiete años. Era una persona algo tímida y retraída, pero si alguien se paraba a hablar con ella, siempre salían sonrisas y palabras agradables de su boca. Su madre, “la Francisca”, era conocida por todo el pueblo, ya que era la dueña del único kiosco que había.
María llevaba unos años con problemas de depresión. Su familia la había ayudado en todo lo que dignamente habían podido, y habían sido siempre un incondicional apoyo para superar esos complejos baches que se le atravesaban de vez en cuando, y que para ella suponían hoscos golpes que la difícil vida provocaba.
María ha muerto hace apenas unas horas. Una vieja cuerda donde su madre tendía la ropa y sus nulas ganas de vivir han sido suficientes para poner fin a su corta existencia y teñir de luto un extraño día de agosto. Su hermana entró en su casa después de una jornada más de trabajo y vio el cuerpo sin vida colgando del techo de la terraza que tenían. Nadie se hubiera podido imaginar nunca que podría ocurrir algo así.
Ayer, mi pueblo, de apenas 800 habitantes, celebraba el último día de sus fiestas patronales. Ayer todo eran alegrías y júbilos, un rezagado resquicio gozoso de aprovechar el último día de festejo; festividad que culminó con los felices rostros de la gente de todo un pueblo al ver los cohetes que un año más ponían fin a unas siempre sosegadas fiestas.
Hoy, la tragedia se cierne sobre este pueblo, sobre mi pueblo.

¿Qué se le habrá pasado por su cabeza para hacer algo así? ¿Qué piensa una persona un segundo antes de quitarse la vida? ¿Qué pensamientos pueden asolarte cuando, en mitad de la asfixia, te das realmente cuenta de lo que estás haciendo? ¿Y si te arrepientes cuando ya es tarde para hacerlo?

La vida es desalentadora. El ser humano también lo es. Hoy estás vivo y quizás mañana no lo estés. Y no hablo de gilipollas suicidas con un volante entre sus manos o enfermedades que te embisten cuando menos te lo esperas. Hablo de cuando nosotros somos nuestro peor enemigo. Con razón dijo Sartre que el orden humano era un completo desorden.

Es la segunda persona en apenas dos años que se ahorca en este pequeño pueblo. La otra vez me tocó más de cerca, fue mi vecina, que tan solo tenía 21 años. Durante las semanas siguientes, me costó considerablemente conciliar el sueño. Había sentido la muerte muy de cerca, justo al lado, y parecía que me vigilaba, que me observaba, que estaba allí mismo, junto a mí. Tal vez, al ver la muerte tan de cerca, y al ser tan impactante, temía por la gente que más quiero, porque tarde o temprano, nos irá tocando a todos, uno a uno. ¿Por qué tiene que ser todo tan funesto y tan fatídico? Mi abuelo, hace unos meses, me dijo que ya estaba en la lista. Yo le respondí que en esa lista estamos todos. Aquello me pegó duro. Fue como concebir que mi abuelo ya se había resignado a su final. Eso a mi me parecía, y me sigue pareciendo, que es exactamente lo mismo que perder la persistente batalla por vivir, por ponerte en pie día a día a pesar de las constantes y duras caídas.

Sigo pensando una y otra vez qué es lo que motiva a una persona a hacer algo así.
Ahora toda una familia está destrozada. Probablemente no se repongan nunca de una experiencia tan traumática.
Los padres de la otra chica, de la que era mi vecina, llevan todo este tiempo yendo a psicólogos, y se han ido alejando progresivamente de la gente. Era usual ver a su madre hablando con la mía y con otras vecinas todas las mañanas, mientras barrían la puerta, cotilleando y chismorreando sobre cosillas que ocurren en un pueblo pequeño. Pero ya no. Ya no se la ve hablando con nadie. Mi vecina desmoronó las vidas de toda su familia. Y la chica que se ha ahorcado hoy también. Pienso que hay que ser muy egoísta para quitarse la vida y no pensar en la gente que te quiere.
No, mi vida no es sólo mía. También es de toda la gente que me ayuda y que está conmigo en mis momentos frágiles, de todos aquellos que se preocupan por mí y que muchas veces sienten y sufren por mí incluso más de lo que puedo hacerlo yo.
Yo sólo soy el que tiene las llaves de las puertas que dan acceso a mi mundo, a mi vida. Ni yo ni nadie tiene ningún derecho a cerrar esas puertas para siempre, a tirar esas llaves allí donde ya jamás conseguirá llegar nadie para cogerlas. Yo domino, o intento dominar lo que en mi vida pueda ocurrir, puesto que, obviamente, me está influyendo directamente a mí, y lo sufro en mis propias carnes, pero sería un enorme egoísta si despojo de mi vida a los que verdaderamente me quieren.

La vida es un regalo. Aunque muchas veces no lo parezca. Aunque muchas veces hayamos dicho que es una mierda. Yo lo digo todos los días, y de hecho he comentado algo similar unas líneas más arriba. Pero, aún así, es un regalo, y a mí, mis padres me enseñaron que, cuando me regalaran algo, debía decir gracias, y eso es lo que se debe hacer, dar gracias por vivir, por sentir, por amar, por reír, y por disfrutar de infinidad de placeres que te aporta la vida: una puesta de sol desde lo más alto de una montaña, un paseo por una bonita ciudad, una tarde de lluvia sintiendo como cada gota empapa tu cuerpo, un día de campo con tus mejores amigos, una película que hacía años que estabas buscando y por fin la encuentras, un partidazo con victoria incluida de tu equipo de fútbol en la final de la Champions, un beso de una chica de la que estás enamorado hasta los huesos mientras sientes esos seductores gusanillos en el estómago, abrazarla y decirle que la quieres después del beso, escuchar una canción que suena por la radio y ponerte a dar botes en un estado de felicidad absoluto, o incluso, quién sabe, poder contarle a mis futuros y dudosos nietos que en los tiempos de una prematura informática, tenía un mediocre blog y recibía más visitas spam que de personas reales.

Por tanto, me remito a lo dicho, la vida es un regalo. Y es el único que nos hacen. No hay más. Abramos ese regalo y disfrutémoslo todo lo que podamos, exprimiendo cada pasión y cada sentimiento hasta el final, y sobretodo compartiéndolo con nuestros seres queridos. Hay tantas cosas por hacer y por sentir y es tan corto el tiempo para hacerlo, que es irrazonable perder ese valioso tiempo en afligirnos nosotros mismos nuestra propia existencia.

5 Comments:

<$BlogCommentAuthor$> said...

<$BlogCommentBody$>

<$BlogCommentDateTime$> <$BlogCommentDeleteIcon$>

Publicar un comentario

<< Home