lunes, agosto 29, 2005

Palabras sepultadas

"Cuando leas esta carta, puede que haya muerto. Si esta carta llega
a tus manos, verás como fui tuya sin que tú siquiera supieses que existía".
Joan Fontaine en Carta de una Desconocida.


Me considero una persona totalmente transparente con la gente que ciertamente me importa, con la que realmente quiero. De ello son conscientes los que me conocen perfectamente, aquellos con quien verdaderamente puedo mostrarme sin comprometidas corazas ni blindajes.
A Laurita, por ejemplo, le digo muy a menudo que la quiero, que me importa hasta límites insospechados, que sin ella acariciando las profundidades de mi sombra todo mi mundo se vendría abajo, y demás pedanterías de turno. Sin embargo, ella nunca me dice cosas así, y a pesar de ello, se que me quiere. Me dice que ella no es de las que expresan los sentimientos tan fácilmente, pero que las palabras se quedan obsoletas ante los hechos, y los hechos me señalan asiduamente sus sentimientos hacia mí.
Pero yo pienso que una persona cualquiera necesita, al margen de los hechos, las palabras, palabras de amor, cariño y afecto que pueden alzarte el ánimo un día melancólico y triste.
Y es que es frecuente indicar que el amor se demuestra mediante hechos, pero el amor es mucho más enrevesado de lo que jamás alcanzaremos a sospechar, y demanda infatigablemente que sean bellas, sensibles e impresionables palabras recién arrojadas desde los precipicios del alma quienes lo simbolicen, quienes hagan estremecerse, agitarse, contentar o llorar a las personas a las que realmente se quiere; pero la dificultad no acaba ahí, el amor, además, solicita, pide y reclama a voces sumirse en una constante e inquebrantable repetición de unas protocolares recetas que actúen de manera que se conviertan (aunque la mayoría – sobretodo en el ámbito de los enamorados - tan solo alimenten vanas ilusiones) en promesas que deberán ir rejuveneciéndose paso a paso.
Y es que son precisamente los enamorados los que necesitan a diario ilustrar esa transmisión afectiva de pasión con diálogos y conversaciones pretenciosas donde se declararán amor eterno, algo que desgraciadamente, por extensión, acabará degenerando en escenarios faroleros y fachendosos.

Los hechos, sin palabras, van encaminados llanamente al más que factible peligro de convertirse en prácticas habituales del cariño. Y lo peor de todo es que, llegará un día en el que será tarde para decir “te quiero”, y entonces querremos haber parado el reloj en el momento justo y haber dicho todas aquellas palabras sepultadas que jamás dijimos.

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