sábado, mayo 28, 2005

Develamientos no cumplidos

Volví a engullir comida turca.

Instrucciones para subir una escalera

Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso. Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie). Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

Julio Córtazar.

jueves, mayo 19, 2005

Vida

Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!».
Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!».
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.


José Hierro.

domingo, mayo 15, 2005

El tercer hombre

En la Viena de posguerra, un escritor de novelas del oeste llega a la ciudad para reencontrarse con un viejo amigo, el cual le había ofrecido trabajo allí. Pero al llegar a aquella ciudad dividida debido a la guerra, descubre que su amigo había fallecido atropellado por un vehículo.
Este es el punto de partida que nos plantean Carol Reed y Graham Greene, director y guionista respectivamente de esta película británica basada en una novela del mismo título que escribió el propio Graham Greene.

El tercer hombre destaca por los inclinados ángulos de cámara, fiel reflejo del expresionismo alemán y que se hacen frecuentes durante todo el transcurso de la historia.
La debidamente planeada posición de la cámara ayuda a incrementar un ya de por sí elevado nivel de tensión y misterio en las oscuras calles de un Viena en ruinas, resguardo de contrabandistas y delincuentes.
El expresionismo alemán, mencionado antes, es una constante en esta película, tanto en la escenografía, como en la magistral fotografía, que recrea a la perfección un ambiente y una atmósfera plomiza y asfixiante. El particular juego de luces y sombras muestra una recreación muy angustiosa de la ciudad y producen un importante impacto visual, además de conseguir crear escenas de una enaltecida índole esperpéntica.

Grabada en su mayor parte en espacios cerrados, cuenta con una secuencia final ostentosa, claro paradigma de una soberbia lección de cine, en los alcantarillados de Viena, donde el personaje de Welles es sometido a una atrayente persecución que consigue con un espléndido montaje un ritmo acelerado y fascinante.

Muy importante es también la música de Anton Karas, que a modo de lápiz en una hoja con texto, va subrayando muchas de las secuencias de la película; esta simpática melodía suena en cualquier momento, sin importar si es una situación cómica o de naturaleza dramática, por lo que el significado de la música en la trama es importantísimo, de hecho, ya en los títulos de crédito se acentúa la música al compás de las cuerdas de una cítara.

La interpretación de Orson Welles es magistral, cabe destacar la antológica escena de su aparición, perspicaz y cínica, con su iluminada cara ante la atónica y estupefacta mirada de Joseph Cotten. Esta aparición sucede bien avanzada la película, por lo que este personaje va avanzando en la trama por lo van diciendo de él el resto del reparto. Reparto que, al igual que la interpretación de Welles, es brillante y solemne, con unas muy buenas actuaciones de Trevor Howard y Alida Valli.
No me olvido de Joseph Cotten, infravalorado actor que se marca una interpretación a la altura de la de sus compañeros de reparto y a la altura de la propia película en sí.

Destacar también la escena de la noria, en la que el inteligente guión consigue plantear la importancia de la insignificancia – véase la paradoja – de las personas, las cuales, vistas desde allí arriba, parecen hormigas, ninguna de esas vidas podría importar en absoluto.

Mencionar además el plano-secuencia final, en el que Reed consigue, sin una sola palabra por parte de los protagonistas, atar el único cabo que permanecía suelo, al mostrarnos cómo Alida Valli pasa de lado sin dirigirle siquiera una mirada a Cotten.

Película magistralmente realizada, sin duda alguna la cima de un gran director como C. Reed, que nos descubre perfectamente una ciudad vieja, llena de edificios vastos y empobrecidas pensiones, donde abunda la miseria y la fechoría, todo ello adornado con un sutil humor negro.
Probablemente la mejor película del cine británico, que sigue la estela dejada por anteriores filmes de Welles.
Admirable historia sólida y consistente, y por todo ello, punto y aparte en la historia del cine.


No está nada bien, al realizar un comentario de una película, abusar de una manera tan considerable y pomposa de adjetivos y expresiones grandilocuentes, pero realmente no puedo hacer lo contrario sobre esta maravillosa y muy recomendable película.

Sensaciones discurridas

Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude.

Orson Welles.

Develamientos

No volver a comer comida turca.

El fin de las vacas flacas

Después de cinco años sin ganar absolutamente nada, por fin, el Barça vuelve a ser campeón de liga. ¡Y con qué orgullo y refulgente felicidad lo digo!

Qué lejos parece que quedan ya aquellos años de sinuosos vencimientos a una realidad que pretendíamos refutar, a pesar de que la evidencia nos decía que las vacas flacas aún seguirían presentes, muy presentes, en el camino. Y lo peor de todo es que nadie hacía nada por evitarlo.

De estos cinco (ya casi seis) últimos años, me quedo, a pesar de todos los pesares, con muchas de las cosas dejadas y prácticamente olvidadas en ese camino: con las punzantes sensaciones de que cualquier equipo podía ganarnos; con los partidos sacados adelante únicamente con el arrojo y la excelsa calidad de un jugador que ha dado mucho por el Barcelona, Rivaldo; con las sufridas decisiones de nuestro anterior presidente cuyo nombre de rey mago no me atrevo a decir, no vaya a ser que se termine la buena racha; con los desconocidos y desconcertantes fichajes realizados; con las numerosas impotencias formadas; con los pequeños e insignificantes sacrificios hechos; con las exiguas (pero existentes al fin y al cabo) alegrías que surgieron; con las humillantes derrotas; con los grandes y magníficos goles saboreados... y mil cosas más.


Por el momento, sólo queda disfrutar del título... y si cabe, esperar que a partir de ahora abunden las vacas gordas; estaría genial cinco añitos de reses bien obesas.

pd.: especial recuerdo para Hatin. El martes le daré la murga todo lo que pueda y más.

jueves, mayo 05, 2005

El cielo sobre Berlín

Por RICARDO OYÓN.


Hacia 1987 el director alemán Wim Wenders se ve estancado en su megaproyecto Hasta el fin del mundo y decide que necesita realizar otra película, más sencilla y menos costosa, para rentabilizar su propia productora, Road Movies, que lleva parada varios años. En aquel entonces ya es un director respetado y admirado por títulos como El amigo americano, y Paris Texas, si bien se trata de un director de culto para minorías. El resultado de este proyecto rápido y barato es El cielo sobre Berlín, una película que, a pesar de haber nacido de forma tan casual, es considerada una de las dos o tres mejores obras de este gran director.
La película supone su regreso a Berlín tras años trabajando en los USA, y decide que el tema debe ser Berlín. Paseando por la ciudad y observando a sus habitantes toma notas y empieza a dar forma al argumento que más tarde escribirá junto a su amigo y escritor Peter Handke. Eso sí, nunca hubo un guión escrito de principio a fin, sino que se trata de una película rodada de forma un tanto improvisada sobre la marcha.
El argumento nos habla de ángeles que ayudan a la gente, seres que observan el mundo desde el principio de los tiempos y pueden escuchar nuestros pensamientos. Conocen y entienden al ser humano, pero no pueden compartir la existencia con ellos, no pueden saber lo que es tener frío o a qué sabe una taza de café. Y a veces ocurre que uno de estos ángeles desea conocer lo que es la vida desde el punto de vista de un ser humano.
El argumento no es el eje de la película, de hecho se puede decir que es una película en la que pasan muy pocas cosas. El eje son las ideas, son las personas. Wenders nos coloca en el punto de vista de un ángel, y desde él podemos verlo todo y saberlo todo, volamos sobre Berlín, entramos en cualquier casa, en el metro, en cualquier lugar, y observamos a la gente, y escuchamos sus pensamientos, pensamientos normales, de gente normal, pensamientos alegres o tristes, preocupaciones existenciales o simples comentarios triviales, dando lugar a una película llena de voces que no cesan, voces anónimas, la voz de la gente. El centro sobre el que la película gira es Berlín, y ante todo es el ser humano.
Las reflexiones sobre las que se centra el film de Wenders son el paso del tiempo, las preocupaciones grandes o pequeñas de la vida, el pasado y el presente de Berlín, el propio muro como escenario de gran parte de la película, y la búsqueda de un sentido, de algo que haga nuestra vida completa. Por lo tanto El cielo sobre Berlín es una película reflexiva, donde los personajes piensan mucho y actuan poco, una película llena de texto, de reflexión, pausada y de emoción contenida. Es también una película esteticista en la cual no se busca la naturalidad o el realismo salvo para los secundarios y extras, y nos encontraremos con que los personajes principales hablan la mayor parte del tiempo de forma muy solemne y literaria.
"Cuando el niño era niño, era el tiempo de estas preguntas. ¿Por qué soy yo y no soy tú?. ¿Por qué estoy aquí y no allá? ¿Cuándo empezó el tiempo y donde acaba el espacio?. ¿Es la vida bajo el sol tan sólo un sueño?". Wenders nos habla también en El cielo sobre Berlín de la dualidad entre lo profundo y lo sencillo, lo místico y lo cotidiano, lo eterno y lo efímero, entre el ángel y el niño.
El tema de la mirada es fundamental en la obra de Wenders. La mirada de la cámara, la de sus personajes, la mirada del director de cine (Lisboa story), las imágenes y su poder para atrapar el tiempo (Hasta el fin del mundo), la mirada de los ángeles... Pocos directores saben mirar como Wenders, con ojos nuevos, para hacernos creer que nunca habíamos visto nada parecido, cuando pensábamos que ya estábamos de vuelta de todo, y sorprendernos a veces con lo más sencillo, con lo más humilde.
Entre sus protagonistas tenemos a Bruno Ganz (protagonista también de El amigo americano y Tan lejos tan cerca), Solveig Dommartin, musa de Wenders, protagonista también de Hasta el fin del mundo, Otto Sander, protagonista también de Tan lejos tan cerca, Peter Faulk (Colombo), haciendo de sí mismo (repite en Tan lejos...) y Nick Cave (que no actua, solo canta en directo). En este apartado vale la pena destacar que Wenders siempre se caracteriza por sus peculiares personajes y por su afición a la música. Así encontraremos entre sus "actores" a Nicholas Ray, Samuel Fuller y hasta 7 directores en El amigo americano, o Lou Reed y Gorvachov (artífice de la Perestroika) en Tan lejos... Por no mencionar sus pequeños cameos y los de parte de su equipo.
A destacar también la fotografía, de Henri Alekan, a quien Wenders, según sus propias palabras, dice deber no solo el aspecto visual sino todo el ambiente de la película.El cielo sobre Berlín ha sido durante muchos años una película casi imposible de conseguir, al menos en España, hasta hace poco, gracias a una excelenete edición en DVD de Filmax que está sacando poco a poco las obras de Wim Wenders, y que nos ofrece unas ediciones extremadamente cuidadas y llenas de contenidos extras.
Tan lejos, tan cerca (1993) es el título de la segunda parte de esta maravilla. Repite personajes y temas (Berlín, el paso del tiempo, la gente, la vida, la mirada...) y añade un nuevo tema: frente al deseo del amor por una mujer de Damiel, aquí Cassiel desea ser bueno y ayudar a los demás, pero no sabe bien como hacerlo y se equivocará las más de las veces. Aunque se trata de una película notable, falla en algunos aspectos y no llega a la altura de su predecesora. Quizá es más dinámica, más divertida, menos pausada, ocurren más cosas, es en definitiva más convencional como película. Y tiene momentos geniales (hasta la peor película de un gran director tiene momentos geniales, no lo pueden evitar), pero tiene otras muchas partes en las que falla, y la impresión final es la de una película irregular, una montaña rusa llena de aciertos y errores, una película que vale mucho la pena ver, pero que inevitablemente nos deja con cierta sensación de decepción.
La obra de Wim Wenders es ejemplo por antonomasia del llamado cine de autor, no apto para el espectador aficionado al cine de palomitas que fácilmente terminará roncando antes de la mitad de cualquiera de sus películas. Wenders va más allá del argumento o de los apartados más formales de la película, para tratar de explorar en la esencia misma del cine, para cuestionarse elementos básicos y darles la vuelta, y mirar el cine con ojos nuevos. Según su propia definición (puesta en boca del protagonista de Lisboa Story) el cine es "e-motion", un juego de palabras entre "cine" (motion: movimiento, pero también motion pictures: imágenes en movimiento, esto es, el cine) y "emoción", y su objetivo es hablarnos de las emociones humanas, para lo cual, si quiere ser sincero, necesita despojarse de todo efectismo y de toda concesión a lo comercial.
Wenders considera el cine un arte donde "ya se ha dicho todo" y no queda apenas nada por decir, según sus propias palabras "Con 30 canales en la TV casera la imagen se devalúa (...). Es más interesante el rostro de un mono en un documental que el de un actor de telefilmes". Así que su objetivo es hacer un cine diferente, que nos ofrezca algo nuevo, que no sea más de lo mismo. De hecho, según cuenta, cuando su carrera como director empezaba a consolidarse estuvo a punto de abandonar, porque creyó que no tenía nada especial que contar, y dice que fue Nicholas Ray quien lo animó a seguir demostrándole que siempre había una forma distinta de contar las cosas, y que él no era ningún mediocre.
Por supuesto, no siempre consigue su objetivo (nadie es perfecto) y su filmografía está repleta de altibajos, desde obras maestras de la talla de El cielo sobre Berlín, o París Texas, pasando por películas muy buenas, como Lisboa Story o El amigo americano, hasta películas decididamente fallidas, como El final de la violencia o El hotel del millón de dólares, sin olvidarnos de films tan irregulares como Tan lejos tan cerca o Hasta el fin del mundo, donde la genialidad y los momentos decepcionantes se alternan a lo largo de todo el film.Wenders es también un director multicultural al que le encanta viajar, ha estado (aparte de su Alemania natal) en USA, el Australia, en Japón, en Cuba, en Francia, en Portugal... Y en todos los países que conoce ha rodado un film o al menos parte de uno. Además, muchos de sus films son políglotas, de modo que se hablan a lo largo de la película distintos idiomas (algo que naturalmente se pierde con el doblaje). Sus personajes también son con frecuencia viajeros, ya sea de una forma física o en algún otro sentido.